sábado, 21 de diciembre de 2013

Ante el ataque alemán: “Sorprendente calma, resolución y confianza de Stalin”


Nuestro homenaje a Stalin, en el aniversario de su nacimiento, lo rendimos, en esta oportunidad, con la defensa de su figura histórica, rescatando la verdad que durante muchas décadas la burguesía, el revisionismo y el trotskismo han tratado de enterrar.
 
Como resultado del informe secreto de Jruschov en el nefasto XX Congreso del PCUS, se inició también una revisión falaz de la historia de la Gran Guerra Patria, denostando a Stalin, atribuyéndole acciones y comportamientos extraños a las características de su personalidad, y le echaron la culpa de todos los errores reales y ficticios. Jruschov calumnió a Stalin, al afirmar que el líder bolchevique fue presa de la desesperación después del ataque alemán del 22 de junio de 1941. Supuestamente no reaccionó durante muchos días, refugiándose en su soledad, abatido por la responsabilidad y la culpa. Sólo después de que los otros dirigentes del Partido, lo visitaran y reanimaran, renovándole su confianza, Stalin habría recuperado el control de sí mismo, poniendo manos a la obra en la labor de defensa de la patria soviética. Este cuento es citado en mayor o menor medida en varias biografías de Stalin, ninguna de ellas cuestiona la veracidad de este infundio de Jruschov, pese a la existencia de numerosas pruebas documentales y testimonios de lo contrario. Sin embargo, la verdad es testaruda y tarde o temprano se pronuncia.  

El cuentista Jruschov no estaba en Moscú el día del sorpresivo ataque alemán, sino en Ucrania. Uno de los testigos de los hechos, Georgi Dimitrov escribió en su diario la siguiente entrada: 

*  22 de junio de 1941  * 

– Domingo.
– A las 7:00 a.m. fui convocado, con urgencia, al Kremlin.
– Alemania ha atacado a la URSS. 

La guerra ha empezado. 

– En la oficina, encontré a Poskrebyshev, Timoshenko, Kuznetsov, Mejlis (de nuevo, en uniforme militar), Beria (dando órdenes por teléfono).
– En la oficina de Stalin están Molotov, Voroshilov, Kaganovich, Malenkov. 

Stalin me dice: “Nos atacaron sin hacer ninguna demanda, sin exigir negociaciones; nos atacaron perversamente, como gánsteres. Después del ataque, del bombardeo de Kiev, Sebastopol, Zhitomir y otras áreas, se presentó Schulenburg para anunciar que Alemania se consideró amenazada por la concentración de tropas sovi[éticas] en su frontera oriental y había adoptado contramedidas. Los finlandeses y los rumanos están junto a los alemanes. Bulgaria ha aceptado representar los intereses alemanes en la URSS. Sólo los comunistas pueden derrotar a los fascistas…”. 

Sorprendente calma, resolución y confianza de Stalin y todos los demás.
– Se está editando la declaración del gobierno que va a ser leída por Molotov en la radio.
Se están emitiendo órdenes para el ejército y la marina.
Medidas para la movilización y ley marcial.
– Se está preparando un área subterránea para el trabajo del CC y el Estado Mayor.
– Los representantes diplomáticos, dice Stalin, deben ser llevados fuera de Moscú, a Kazán, por ejemplo. Aquí pueden espiar.
[…] 

(Ivo Banac, ed., “The Diary of Georgi Dimitrov”, Yale University Press, 2003, págs. 166-167)

(La entrada del 16 de agosto de 1941, en la que Dimitrov registra un extracto de la conversación de Stalin con Jruschov, por alta frecuencia, grafica la verdadera disposición de estos últimos). 
 
A continuación ofrecemos una breve reflexión de dos renombrados historiadores militares norteamericanos sobre la situación del lado soviético en los momentos previos al ataque alemán del 22 de junio de 1941. En este extracto del libro “When Titans Clashed: How the Red Army Stopped Hitler” se hace un recuento objetivo de hechos previos al inicio de la guerra germano-soviética y se derivan conclusiones que contradicen, niegan desmienten y destrozan los cuentos que los soldados de la guerra fría, los revisionistas y los trotskistas siguen contando sin vergüenza alguna sobre este momento de la historia.
 
 
 
Cuando los titanes se enfrentaron:
De cómo el Ejército Rojo detuvo a Hitler
David M. Glantz y Jonathan M. House
(Extractos)
2003
 
Planeamiento soviético
 
A pesar de la debilidad del Ejército Rojo y de la Fuerza Aérea, los estrategas militares soviéticos esperaban detener cualquier ofensiva alemana en las cercanías de la línea del río Dnieper, para después pasar rápidamente a una contraofensiva estratégica.
 
En julio de 1940, el jefe de Estado Mayor B.M. Shaposhnikov aprobó el plan de guerra del general de división A.M. Vasilevsky. El plan de Vasilevsky asumía un ataque alemán, apoyado por Italia, Finlandia, Rumania y, posiblemente, Hungría y Japón. La fuerza total del enemigo comprendería 270 divisiones, de las cuales 233 estarían concentradas a lo largo de la nueva frontera occidental de la Unión Soviética. Vasilevsky asumía que la principal fuerza alemana –123 divisiones de infantería y 10 divisiones panzer– se ubicaría al norte de los pantanos de Pinsk, con objetivos en dirección de Minsk, Moscú y Leningrado. Por ese motivo, Vasilevsky planeaba poner el grueso de las fuerzas del Ejército Rojo en la misma región.
 
El Comisario de Defensa S.K. Timoshenko rechazó este plan, probablemente, anticipándose a las objeciones de Stalin. En agosto de 1940, cuando K.A. Meretskov fue nombrado jefe de Estado Mayor, pidió a Vasilevsky y a los demás miembros del Estado Mayor que elaboraran un nuevo plan. El segundo proyecto tenía dos variantes en función de dónde se concentraba la mayor parte de las fuerzas soviéticas: al norte o al sur de los pantanos de Pinsk, y esto dependía de la situación política. Stalin revisó el proyecto, el 5 de octubre. No rechazó abiertamente la variante del norte pero resaltó que los objetivos más probables de Hitler eran el grano de Ucrania y el carbón y otros minerales de la región de Donbas. El Estado Mayor presentó, entonces, un nuevo plan, aprobado el 14 de octubre de 1940, que cambiaba la orientación básica de las fuerzas hacia el Sudoeste. Con modificaciones menores, este plan se convirtió en la base del Plan de Movilización (PM) 41.
 
El PM-41 contemplaba la distribución de 171 divisiones en tres cordones sucesivos o escalones operativos, a lo largo de la frontera. El primer escalón sería una fuerza de cobertura ligera, con 57 divisiones de fusileros, con cada división defendiendo hasta 70 kilómetros de frontera. Los siguientes dos escalones tenían mucho más tropas concentradas: 52 y 62 divisiones de fusileros, respectivamente, y la mayoría de los 20 cuerpos mecanizados en la Rusia europea. En tiempos de paz, todas estas formaciones pertenecían a diversos distritos militares del occidente de la Unión Soviética; en caso de guerra, estos distritos se deberían convertir en cinco jefaturas de grupos de ejércitos llamados frentes. Dado que estos frentes estaban basados en límites de tiempos de paz, no eran directamente equivalentes a los tres grupos de ejércitos alemanes. Así, por ejemplo, el Distrito Militar de Leningrado se convirtió en el Frente Norte, con responsabilidades defensivas, por el norte, hacia Finlandia y, por el sur, hacia el Grupo de Ejércitos alemán del Norte.
 
Detrás de los cinco frentes de vanguardia soviéticos, un grupo completamente independiente de cinco ejércitos de campo estaba en proceso de formar un segundo escalón estratégico detrás de los tres cordones originales. Este Frente de Reserva se estaba constituyendo a lo largo de la línea de los ríos Dniéper y Dvina. Su concentración de fuerzas era típica del principio soviético de fuerzas escalonadas en grandes profundidades; fue virtualmente invisible para la inteligencia alemana, antes de las hostilidades. A fines de abril [de 1941], el Frente de Reserva e importantes elementos de unidades de avanzada recién habían empezado a desplazarse hacia la vanguardia. Como en varios otros aspectos, el ataque alemán del 22 de junio sorprendió a los soviéticos en transición.
 
Los defensores soviéticos habían estimado la situación de forma fundamentalmente equivocada, no sólo al concentrar las fuerzas demasiado lejos, sino también por esperar lo principal del ataque enemigo al sur de los pantanos de Pinsk. Durante la década de 1960, cuando estaba de moda culpar a Stalin de todos los errores del esfuerzo de guerra soviético, varios memoristas alegaron que Stalin había desautorizado a sus asesores militares en este aspecto. Sin embargo, en el largo plazo, Stalin estuvo en lo correcto al insistir en que Hitler estaba interesado en los recursos económicos. Sus comandantes al parecer estuvieron de acuerdo con sus decisiones, aunque sólo fuera porque esperaban utilizar sus fuerzas en el Sudoeste para contraatacar por el flanco cualquier invasión alemana que viniera del norte. Incluso Zhukov no cambió el concepto básico cuando se convirtió en jefe de Estado Mayor en febrero de 1941. De este modo, cuando las principales fuerzas mecanizadas alemanas avanzaban por el norte, el Ejército Rojo estaba desproporcionadamente concentrado en el Sudoeste.
 
Cuando la tensión aumentaba en 1941, Zhukov trató de persuadir a Stalin de la necesidad de un ataque preventivo. El nuevo jefe de Estado Mayor escribió un “Informe sobre el Plan Estratégico de Despliegue de las Fuerzas Armadas de la Unión Soviética, ante el Presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, el 15 de mayo de 1941”, y convenció a Timoshenko para que también firmara el documento. En esta propuesta manuscrita, Zhukov abogaba por una ofensiva inmediata, utilizando 152 divisiones para destruir un estimado de 100 divisiones alemanas reunidas en Polonia. El Frente Sudoccidental atacaría a través del sur de Polonia para separar a Alemania de sus aliados, mientras que el Frente Occidental se encargaría de la principal fuerza alemana y capturaría Varsovia. Dados los muchos problemas que el Ejército Rojo estaba experimentando en ese momento, semejante ataque hubiera sido una jugada desesperada. Stalin estuvo probablemente justificado en ignorar la propuesta de Zhukov.
 
Indicios y advertencias
 
Queda la desconcertante cuestión de cómo es que el ataque alemán de 1941 logró ser una sorpresa política y militar aplastante. En retrospectiva, hubo abundantes indicios de inminentes hostilidades. Obreros ferroviarios comunistas en Suecia, combatientes de la resistencia en Polonia y muchos otros agentes informaron de la masiva concentración de fuerzas en el Este. Aviones alemanes de reconocimiento de gran altitud sobrevolaron territorio soviético en más de 300 ocasiones, provocando reiteradas protestas diplomáticas pero poca acción defensiva. Espías alemanes y guerrilleros ucranianos respaldados por alemanes infestaron el occidente de la Unión Soviética en la primavera de 1941. Empezando el 16 de junio, la embajada alemana en Moscú evacuó todo el personal no esencial, y para el 21 de junio ningún barco mercante alemán quedó en puertos bajo control soviético.
 
A primera vista, es fácil aceptar la interpretación tradicional según la cual la obcecación de Stalin fue la responsable del desastre. Con frecuencia se le cita como el ejemplo clásico de un líder que ignora la evidencia sobre la capacidad de ataque de un enemigo porque duda de la intención para atacar. Sin duda, Stalin es culpable de anteponer sus deseos a la realidad, de esperar retrasar la guerra al menos otro año a fin de completar la reorganización de sus fuerzas armadas. Trabajó febrilmente durante la primavera de 1941, tratando desesperadamente de mejorar la postura defensiva de la Unión Soviética a la vez que buscaba retrasar la inevitable confrontación.
 
Hubo numerosas razones adicionales para la renuencia de Stalin a creer en una ofensiva alemana inmediata. En primer lugar, los soviéticos temían que los otros enemigos de Alemania, especialmente Inglaterra y la resistencia polaca, suministraran información engañosa con el fin de involucrar a Moscú en la guerra. Asimismo, los dirigentes soviéticos estaban preocupados de que la excesiva concentración de sus tropas o los preparativos en el área de vanguardia pudieran provocar a Hitler, ya sea por accidente o como pretexto para una acción alemana limitada (ocupación de territorio fronterizo y exigencias de más ayuda económica). Stalin no era, después de todo, el primer líder europeo en interpretar erróneamente a Hitler, en considerarlo “demasiado racional” para provocar un nuevo conflicto en el Este antes de haber derrotado a los ingleses en el Oeste. Ciertamente, la propia lógica de Hitler para el ataque –tenía que poner fuera de la guerra a la Unión Soviética para eliminar la última esperanza de ayuda de los ingleses– era increíblemente retorcida. 
 
Este temor soviético de provocar o ser provocado por un adversario alemán racional llega a explicar las reiteradas órdenes emitidas prohibiendo a las tropas soviéticas abrir fuego, incluso ante evidentes violaciones de frontera y vuelos de reconocimiento. También ayuda a explicar el escrupuloso cumplimiento soviético de los acuerdos económicos existentes con Alemania. Stalin al parecer esperaba que, suministrando a Hitler con materiales escasos vitales para la economía alemana, eliminaría un móvil para hostilidades inmediatas. Así, en los dieciocho meses previos a la invasión alemana, la Unión Soviética envió a Alemania dos millones de toneladas de productos derivados del petróleo, 140,000 toneladas de manganeso, 26,000 toneladas de cromo, y una gran cantidad de otros suministros. Los últimos trenes de carga resonaban cruzando la frontera sólo horas antes del ataque alemán.
 
Hubo también razones institucionales para el fracaso de la inteligencia soviética en predecir el plan de Hitler. Las Grandes Purgas habían diezmado las operaciones de inteligencia soviéticas así como la estructura de mando militar. Sólo el servicio de inteligencia militar, la GRU, permaneció esencialmente intacto, pero su jefe, teniente general F.I. Golikov, había caído en los engaños alemanes. Golikov informaba puntualmente acerca de los indicios de preparativos alemanes, pero calificaba a todos estos informes de dudosos, a la vez que subrayaba los signos de continua moderación alemana. Otros oficiales de inteligencia tenían tanto temor de provocar a Stalin o a Hitler que sus informes estaban sesgados contra la probabilidad de la guerra.
 
Las operaciones de diversión alemanas también contribuyeron a la duda soviética. En primer lugar, los alemanes continuaron con la planeada invasión de Inglaterra, la Operación León Marino, como cubierta para la Operación Barbarroja. El Alto Mando alemán (Oberkommando des Wehrmacht, OKW) informó confidencialmente a su contraparte soviética que las tropas concentradas en el Este tenían como objetivo engañar a la inteligencia británica y que Alemania necesitaba practicar para la Operación León Marino en una región fuera del alcance de los bombarderos y aviones de reconocimiento británicos. En un artículo periodístico de junio de 1941, el Ministro de Propaganda Goebbels “filtró” desinformación indicando que era inminente una invasión británica. Después de esto, Goebbels ostentosamente retiró de circulación al periódico y se puso a sí mismo bajo un simulado castigo como consecuencia de su “error”.
 
Hitler ordenó que la concentración de tropas alemanas fuera presentada como una precaución defensiva contra un posible ataque soviético, empujando nuevamente a los soviéticos a evitar cualquier movimiento amenazante de tropas. Una serie de otras tretas alemanas sugería operaciones inminentes desde Suecia hasta Gibraltar. Luego, en mayo de 1941, el Ministerio de Relaciones Exteriores alemán y el OKW alentaron rumores acerca de que Berlín exigiría cambios en la política soviética o en la ayuda económica. Esto llevó a los comandantes soviéticos a creer que un ataque alemán estaría precedido por ultimátum o alguna otra advertencia diplomática.
 
La invasión alemana de Yugoslavia y Grecia durante abril y mayo de 1941 también contribuyó a encubrir la Operación Barbarroja. Esta invasión no sólo proporcionó una explicación plausible para mucha de la concentración de fuerzas alemanas en el Este, también provocó una serie de retrasos reales en el ataque a Rusia. De esta forma, los agentes de inteligencia que informaron correctamente de la fecha original del ataque (15 de mayo de 1941), quedaron desacreditados cuando ese día pasó sin ningún incidente. Para la segunda mitad de junio, demasiadas advertencias habían probado ser falsas que después ya no tuvieron un fuerte impacto sobre Stalin y sus asesores.
 
Visto en este contexto, la sorpresa estratégica que sufrieron los soviéticos es más comprensible. Entre innumerables señales contradictorias, identificar una amenaza inminente era algo difícil en el mejor de los casos. Después, en la noche del 21 de junio, Stalin aprobó un confuso mensaje de alerta a sus comandantes. Desafortunadamente, el arcaico sistema de comunicaciones falló en notificar a muchas jefaturas antes del primero de los ataques alemanes. Sólo las bases navales y el Distrito Militar de Odessa estuvieron lo suficientemente alejados para reaccionar a tiempo.
 
Algunos comandantes se arriesgaron a disgustar a Stalin, tomando sus propias precauciones. El coronel general M.P. Kirponos del Distrito Militar Especial de Kiev mantuvo estrecho contacto con las tropas fronterizas de la NKVD y alertó a sus unidades cuando los alemanes se concentraron en la frontera. Tal iniciativa fue la excepción, no la regla.
 
En retrospectiva, la falta más seria de los soviéticos no fue la sorpresa estratégica que sufrieron, tampoco la sorpresa táctica, sino la sorpresa institucional. En junio de 1941, el Ejército Rojo y la Fuerza Aérea estaban en transición, cambiando su organización, dirección, equipamiento, adiestramiento, disposición de tropas y planes defensivos. Si Hitler hubiera atacado cuatro años antes o incluso un año después, las fuerzas armadas soviéticas hubieran estado en posición más que de igualdad ante la Wehrmacht. Sin embargo, ya sea por azar o por instinto, el dictador alemán invadió en un momento en que sus fuerzas armadas estaban aún cerca de su punto más alto, mientras que su archienemigo era más vulnerable. Fue esta sorpresa institucional la que fue, en su mayor parte, responsable de las catastróficas derrotas soviéticas de 1941. 
 
Fuente: David M. Glantz y Jonathan M. House, “When Titans Clashed: How the Red Army Stopped Hitler”, University Press of Kansas, 1995, págs. 38-44. 
Traducido para “Crítica Marxista-Leninista” por Thiago R.
 
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