domingo, 23 de febrero de 2014

El “Stalin” de Trotsky

No es difícil ver que el  “historiador” Trotsky es un historiador prejuiciado, sesgado, subjetivo. En oportunidades anteriores hemos presentado artículos de trotskistas y filotrotskistas que no tienen otra alternativa que reconocer esas  “cualidades” de Trotsky en su condición de historiador, cualidades imposibles de ocultar y que se pueden observar en las principales obras históricas de Trotsky, como  “Historia de la revolución rusa”. Presentamos a continuación un artículo escrito por Isaac Deutscher, biógrafo y apologista de Trotsky, en la que igualmente no puede menos que advertir que su ídolo se mueve en las miasmas de la falsedad, la distorsión y la calumnia. Es cierto que el objetivo del artículo de Deutscher es tratar que el lector sea “comprensivo” con los nefastos motivos del autor de la  “biografía” de Stalin y presentarlos adecentados como un contraste de ideas y personalidades. Por supuesto, no tiene éxito en eso. Sin embargo, en esa fallida tarea, Deutscher da algunas pinceladas de algunos  “errores” que Trotsky comete -esta vez- en su libro  “Stalin”.


El Stalin de Trotsky
Isaac Deutscher
(1948)
 

 
La “evaluación” de Stalin realizada por Trotsky es uno de los documentos trágicos de la literatura moderna. El lector contemporáneo todavía no puede ver al héroe de este libro ni a su autor en la perspectiva de la historia, y, en consecuencia, no es fácil definir su valor como documento. El tren de los acontecimientos, al que pertenece la enemistad de los dos hombres, aún no ha recorrido todo su camino. Incluso la publicación del libro, independientemente de las intenciones de su autor, se ha convertido en un incidente menor en la controversia contemporánea entre Oriente y Occidente. El libro estuvo listo para su publicación en los Estados Unidos ya en 1941. Los editores norteamericanos suspendieron su publicación en deferencia al líder de una poderosa nación aliada. Por tal razón, recién vio la luz en los Estados Unidos en 1946, después de que las relaciones entre los antiguos aliados se enfriaran, y la opinión diera el notable viraje desde la admiración por Rusia en tiempos de guerra hacia las agudas suspicacias de la postguerra. De esta forma, el testimonio de Trotsky está siendo utilizado para desacreditar a Stalin. Pro captu lectoris habent sua fata libelli[1].
 
[...]
*** 

Lo que los editores de Trotsky nos presentan ahora no es una biografía de Stalin, sino una acusación contra él. Es un libro que presenta todas las huellas de la tremenda presión nerviosa bajo la que vivió su autor durante sus últimos trágicos años. Cuando Trotsky lo escribió tenía tras de sí más de diez años de frustrante aislamiento, diez años en el curso de los cuales erró sin sosiego, en constante peligro de muerte, de un refugio inseguro a otro. Estaba angustiado por la pesadilla de los procesos de Moscú, en los que había sido señalado como el centro de la más siniestra conspiración. Todos sus hijos habían muerto en circunstancias misteriosas que le inducían a creer que habían caído víctimas de la venganza de Stalin. Por último, mientras todavía estaba trabajando en su libro, el 20 de agosto de 1940, fue abatido por un asesino, que presumiblemente ejecutaba un veredicto de Moscú. Trotsky sólo acabó los primeros siete capítulos; los demás se ensamblaron y editaron basándose en notas del autor, aunque no siempre de estricto acuerdo con la tendencia de pensamiento de Trotsky. Trotsky hubiera protestado contra la frase de Mr. Malamuth, “la tendencia hacia la centralización, ese seguro precursor del totalitarismo”, o contra su descripción del mariscal Pilsudski como “libertador de Polonia”. Por lo tanto, no es nada sorprendente que este libro póstumo carezca de la envergadura y el brillo que caracterizó su monumental Historia de la revolución rusa”. Como pieza literaria es decepcionantemente rudimentaria y a veces incoherente. Aún así, hay que decir que muchas de sus páginas están iluminadas por relámpagos de genio, epigramas y dichos que pueden pasar a la historia. 

“De los doce apóstoles de Cristo [dice Trotsky en la página 416 refiriéndose a los procesos de la purga] sólo Judas salió traidor. Pero si hubiera logrado el poder, habría presentado como traidores a los otros once apóstoles, sin olvidar a los setenta discípulos menores que menciona san Lucas”.

Y así es cómo el propio Trotsky resume su acusación de Stalin:

L’Etat c’est moi (el Estado soy yo) es casi una fórmula liberal comparada con las realidades del régimen totalitario de Stalin. Luis XIV se identificaba a sí mismo con el Estado. Los papas de Roma lo hacían con el Estado y la iglesia, pero sólo durante la época del poder temporal. El Estado totalitario va más lejos que el cesaropapismo, pues ha abarcado también toda la economía del país. Stalin puede decir muy bien, a diferencia del Rey Sol: La société c’est moi”.

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El encono de Trotsky hacia Stalin es ilimitado. No obstante, la afirmación de que el rencor dirigía su pluma con demasiada frecuencia, tiene que tomarse con reservas. Como historiador y biógrafo, Trotsky trata los hechos, las fechas y las citas de un modo concienzudo casi hasta la pedantería. Donde se equivoca es en las construcciones que hace sobre los hechos. Yerra en sus inferencias, en sus conjeturas. No pocas veces sus pruebas se basan en rumores dudosos. A esa categoría corresponde la oscura, vaga y contradictoria sugerencia de que en su lucha por el poder, Stalin pudo haber acelerado la muerte de Lenin. No obstante, por regla general su conciencia de historiador le hace trazar una clara línea de distinción entre los hechos y sus propias construcciones y conjeturas, de modo que el lector con sentido crítico puede reconocer el riquísimo material biográfico, y formarse sus propias opiniones. 
 
Es posible que los lectores ingleses del libro encuentren su método de exposición excesivamente aburrido, reiterativo y pedante. El autor profundiza con implacable suspicacia en todos los detalles de la vida de su adversario. Armado de un formidable arsenal de citas y documentos, polemiza extensamente. Frecuentemente expresa su acuerdo o su desacuerdo con otros biógrafos de Stalin, muchos de los cuales apenas merecen ser tomados en serio, y es patético que este gran luchador político y literario dirija todos sus cañones de grueso calibre contra las liebres y los conejos que recorren por el campo frente a él.
 
Sin embargo, Trotsky no escribió su libro con la mirada puesta en ningún público angloparlante u occidental. Tampoco estaba sumamente interesado en su éxito inmediato. En cambio, en sus pensamientos, él se dirigía a un público ruso, al que esperaba que en última instancia llegasen sus palabras, aunque tal vez no durante su vida. Había una nueva generación rusa habituada desde la cuna al culto de Stalin y educada en historias de la revolución de las que se había borrado cuidadosamente el nombre de Trotsky y todo lo que éste representaba. Era en beneficio de esa generación que él se proponía, paso a paso, destruir el culto stalinista, reafirmar su propio papel en la revolución y reafirmar lo que él consideraba los principios prístinos del bolchevismo. El futuro demostrará si su trabajo fue inútil o no. En diez o veinte años su “Stalin” puede llegar a constituir una gran experiencia espiritual para la intelectualidad rusa, un estímulo para alguna extensa e impredecible “transmutación de valores”. Es posible que una nueva generación rusa encuentre en el trotskismo (junto con un intento obviamente conservador y quijotesco de llevar de nuevo el reloj de la historia rusa a 1917) un punto de partida para una nueva tendencia de ideas, lo mismo que los progenitores del socialismo francés encontraron un punto de partida en Babeuf.] 
 
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No obstante, no es difícil de ver la debilidad de la acusación trotskista. Aparece claramente, por ejemplo, en los siguientes pasajes de la página 336: 
 
“Esta disparidad fundamental tiene su ejemplo... en la singularidad de la carrera de Stalin comparada con las carreras de los otros dos dictadores, Mussolini y Hitler, cada uno de ellos iniciador de un movimiento, ambos agitadores excepcionales y tribunos populares. Su exaltación política, por fantástica que parezca, se produjo por su propio impulso a la vista de todos, en conexión inquebrantable con el desarrollo de los movimientos que encabezaron desde su arranque. Completamente distinto es el carácter de la subida de Stalin. No puede compararse con nada de tiempos pasados. Parece no tener prehistoria. El proceso de su elevación transcurrió en alguna parte, tras una cortina política impenetrable. En un determinado momento, su figura, en la panoplia del poder, se desprendió súbitamente de la pared del Kremlin, y por primera vez el mundo se dio cuenta de Stalin como dictador ya hecho así... 
 
“Las acostumbradas comparaciones oficiales entre Stalin y Lenin son sencillamente indecorosas. Si la base de comparación es la expansión de la personalidad, es imposible parangonar a Stalin ni siquiera con Mussolini o Hitler. Por pobres que sean las “ideas” del fascismo, los dos victoriosos caudillos de la reacción, el italiano y el alemán, desde el comienzo mismo de sus respectivos movimientos desplegaron iniciativa, impulsaron a las masas a la acción, abrieron nuevas rutas a través de la jungla política. Nada de esto puede decirse de Stalin”. 
 
Esas palabras, escritas mientras Rusia estaba entrando en su segunda década de economía planificada –es decir, varios años después de la colectivización de veintitantos millones de granjas—, tenían un sonido suficientemente irreal incluso hace ocho o nueve años; hoy suenan fantásticas. El retrato que Trotsky hace de Stalin está coloreado por el desprecio, comprensible pero irrazonable, de un hombre de letras y pensador original hacia un hombre de acción muy poderoso, aunque gris y algo torpe. Trotsky subestimó a su adversario hasta el punto de llegar a ver la figura de Stalin como un deus ex machina “desprendiéndose súbitamente de la pared del Kremlin”. Pero Stalin no pasó de ese modo al primer plano. Las propias revelaciones de Trotsky dejan perfectamente claro que, desde la revolución de Octubre, Stalin fue siempre uno de los muy pocos (tres o cinco) hombres que ejercieron el poder; y que su influencia práctica, aunque no ideológica, en el grupo gobernante sólo fue inferior a Lenin o Trotsky.
 
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No fue sólo la personalidad de Stalin lo que Trotsky subestimó. Subestimó también la profundidad y la fuerza de los cambios sociales que condujeron a Stalin a un primer plano, pese a que él mismo había sido el primero en interpretar esos cambios. Trotsky veía a Stalin como el líder de una “reacción termidoriana” de la revolución, como el jefe de una nueva jerarquía burocrática, el iniciador de una nueva tendencia nacionalista resumida en la fórmula del “socialismo en un solo país”. Durante las décadas de 1920 y 1930, Trotsky culpó a Stalin por todas las derrotas que el comunismo sufrió en el mundo. En esas críticas había parte de verdad, especialmente en las devastadoras críticas de la política de la Komintern en Alemania, en vísperas de la era nazi. Pero el conjunto de sus acusaciones delata un grado de “subjetivismo” en Trotsky que es opuesto a su método marxista de análisis. En su concepción, Stalin aparece casi como el demiurgo, el demiurgo malo, de la historia contemporánea, el único hombre cuyos vicios han dominado los destinos de la revolución internacional. En ese punto la polémica de Trotsky huele menos a Marx que a Carlyle. 
 
¿Era Stalin el líder del Termidor soviético? En Francia la reacción termidoriana puso fin al Terror. No deshizo la obra económica y social de la revolución, pero le impuso un alto. Después del Termidor no tuvo lugar ningún cambio importante en la estructura social de Francia, en la que tanto había operado la revolución. El poder político pasó de la plebe al Directorio burgués. En Rusia, por el contrario, la revolución social no se detuvo con el ascenso de Stalin al poder. Por el contrario, los actos más completos y radicales de la revolución, la expropiación y colectivización de todas las fincas individuales, la iniciación de la economía planificada, no tuvieron lugar hasta la época de Stalin.
 
[...] 
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Hay mucha más verdad en la otra acusación de Trotsky: la de que Stalin se erigió en jefe de una nueva burocracia que se había elevado sobre el pueblo. Contra la concepción rígida y totalitaria de la jerarquía de Stalin, Trotsky invocó el programa de la democracia soviética —es decir, del gobierno por el pueblo revolucionario— que los bolcheviques habían anunciado cuando tomaron el poder. Aquí, el precedente de su argumentación es inconfundible para el historiador: bajo el Directorio, Babeuf abogó por el retorno a la constitución jacobina de 1793. Sin embargo, el gobierno por el pueblo revolucionario en la Rusia de 1925 o 1930 era tan imposible como lo había sido en la Francia de 1797. Las masas revolucionarias habían agotado sus energías políticas en la guerra civil y habían desempeñado su papel. La fase “heroica” de la revolución había cedido su lugar al hastío y la apatía; el progreso de la nación ya no podía ser impulsado desde abajo, sino mediante la dirección desde arriba. Hasta aquí, la analogía entre el régimen de Stalin y la reacción termidoriana es correcta. 
 
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Lo que Trotsky subrayó fue la medida en que el paso de la “democracia soviética” al “control burocrático” había tenido lugar en el período leninista. Trotsky distingue entre las dos fases de la revolución, pero se resiste a admitir plenamente la conexión entre ellas. Es verdad que el leninismo era esencialmente no-totalitario; pero también es verdad que hacia el final de la guerra civil (digamos, en 1920 y 1921), bajo la presión de los acontecimientos, evolucionó gradualmente, a tientas,  casi de manera inconsciente hacia el totalitarismo. El nacimiento del totalitarismo bolchevique puede encontrarse, con un alto grado de precisión, en el X Congreso del partido en 1921. Fue sobre los cimientos puestos por el congreso de 1921 que Stalin edificó su régimen en años posteriores. Tanto Lenin como Trotsky pensaron en volver a un orden más democrático; pero es dudoso que, aun si Lenin hubiera vivido más, hubiesen podido hacerlo. Dejando a un lado las contrarrevoluciones fascistas coetáneas, que han sido de carácter predominantemente político y totalitarias a priori, ninguna revolución social histórica (ni la cromwelliana, ni la jacobina, ni la bolchevique) ha eludido la fase de “degeneración totalitaria”.
 
Lo principal en la acusación formulada por Trotsky es que Stalin abandonó la revolución mundial para sustituirla por el “socialismo en un solo país”. A los no-marxistas, la polémica sobre ese tema entre el trotskismo y el stalinismo les parece una disputa escolástica, aunque en el curso de la misma hayan rodado las cabezas de muchos líderes bolcheviques. Pero era más que eso. Lo que en realidad separaba a los dos antagonistas no era que uno de ellos “quisiera” la revolución y el otro no la “quisiera”, sino una diferencia fundamental en su apreciación del potencial revolucionario de las clases obreras de los países occidentales. 
 
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En el trotskismo subyacía la firme creencia de que al menos Europa estaba “madura para el socialismo”. Ésta era la tesis que había sido enunciada por Karl Kautsky, el “Papa” de la socialdemocracia internacional, a comienzos del siglo. Desde ese punto de vista, la revolución rusa era el preludio de una conmoción mucho más amplia. A ojos de Trotsky, los éxitos de la construcción socialista en Rusia sola eran muy poco en comparación con el gran crescendo en la prosperidad material, progreso cultural y libertad espiritual que podían esperarse de una economía socialista basada y planificada a escala europea. Trotsky estaba convencido de que el capitalismo europeo había perdido su vitalidad y que la clase obrera europea deseaba, de corazón, renunciar a los beneficios engañosos del reformismo en favor de la revolución. Dondequiera que el orden capitalista tuviese éxito en lograr un cierto grado de estabilización (fuese por medio de una cirugía fascista, o por medio de una suave cura reformista), la culpa a ojos de Trotsky, caía sobre los hombros de los dirigentes comunistas o social-demócratas. Trotsky decía frecuentemente que aunque la victoria del socialismo en Europa fuese remota, estaba sin embargo más próxima que el triunfo de una sociedad verdaderamente socialista, sin clases, en la “atrasada e incivilizada” Rusia. Para él Rusia se encontraba en la periferia de la civilización moderna. Esa periferia, indudablemente, contenía una fuerza poderosa; era la avanzadilla del socialismo. Pero al fin y al cabo las formas de la nueva sociedad no se lograrían en la periferia sino en el centro de la civilización moderna.
 
Stalin no ha formulado nunca muy explícitamente su propio pensamiento sobre este aspecto de la cuestión. En primer lugar, Stalin carece del talento Trotsky para la exposición de las ideas; pero, lo que es más importante, su actitud manifiesta un alejamiento de la tradición marxista. Su verdadero, aunque cuasi-esotérico, punto de vista ha sido sólo insinuado en su doctrina del “socialismo en un solo país”. Stalin no compartió nunca el optimismo de Trotsky acerca de la “madurez” de Europa para el socialismo, pero estimaba aún como muy formidable el poder de resistencia que le quedaba, en su conjunto, al orden capitalista. En las muchas crisis de política internacional en el período de entreguerras —por ejemplo, la crisis británica de 1926, el triunfo del nazismo en Alemania, el frente popular en Francia, la guerra civil española— Stalin fue mucho menos optimista que Trotsky en cuanto a la receptividad por parte de la clase obrera de las ideas de la revolución proletaria. Para Stalin, su particular forma de socialismo en Rusia era, y sigue siendo, mucho más importante que la posibilidad del socialismo en Occidente. Él se negaba a ver a Rusia condenada a la periferia de la civilización moderna, y confiaba en que estaba destinada a convertirse en la ciudadela de la nueva civilización socialista. El plan de Stalin era edificar y salvaguardar esa ciudadela, aunque los medios empleados para tal fin chocasen (como, por ejemplo, el pacto germano-soviético de 1939) o pareciesen chocar con los intereses de la clase obrera de otros países. Mientras Trotsky pensaba en términos de un doble impacto de Rusia sobre Occidente, y luego del Occidente socialista sobre Rusia. Stalin ve en el impacto unilateral de Rusia sobre Occidente el factor primordial y decisivo del destino del comunismo o del socialismo.
 
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Las doctrinas de Trotsky y de Stalin ven, por igual, la historia contemporánea como una rivalidad a escala mundial entre el capitalismo y el socialismo, una rivalidad históricamente tan legítima como lo fue la vieja lucha entre los sistemas sociales feudal y burgués. Stalin, a fin de cuentas, se ha inclinado a confiar en una evolución pacífica de esa rivalidad, que permita el desarrollo y la consolidación de la ciudadela rusa del socialismo. Trotsky puso más énfasis en las formas “cataclísmicas” de dicha rivalidad, y de manera especial en la “presión del mundo capitalista” que podría quizá derribar el edificio del socialismo ruso mucho antes de que éste pudiera ser terminado. Además, ese edificio, construido sobre cimientos ligeros y vacilantes, en un país “atrasado, semiasiático”, estaba, en su opinión, peligrosamente contrahecho en diversos aspectos, que no era sino una caricatura de socialismo. 
 
Desde que comenzó la controversia, hace aproximadamente un cuarto de siglo, los acontecimientos han sometido a las dos doctrinas antagónicas del comunismo a una continua prueba. La controversia sigue inacabada, aunque ya no se dirime en las filas del comunismo, porque la Cuarta Internacional de Trotsky nació muerta. Sin embargo, indirectamente, las doctrinas del stalinismo y del trotskismo están siendo sometidas a nuevas pruebas en las mesas de conferencias de la diplomacia internacional y en la inquietud social de Europa y Asia.
 
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A juzgar por dichas pruebas, el escepticismo de Stalin a propósito del temple revolucionario de la clase obrera europea parece hasta ahora mejor justificado que la confianza de Trotsky. Es verdad que a menudo ese temple ha sido desalentado como estimulado por las políticas de Stalin. Pero esto no resuelve el problema fundamental. Ninguna clase social dotada de un auténtico y significativo ímpetu permitirá que una influencia del exterior la aparte de sus objetivos esenciales. Si fuese correcto el punto de vista de Trotsky de que la influencia de Moscú ha actuado como un freno decisivo de la revolución europea, sólo demostraría la relativa debilidad del elemento proletario revolucionario en Europa occidental. Por lo demás, hoy Rusia ya no puede seguir siendo considerada como situada en la periferia de Europa. Al contrario, gran parte de Europa ha pasado a ser periférica de Rusia. Este solo cambio radical en el equilibrio internacional del poder puede ser argumentado por cualquiera para reivindicar, en términos comunistas, la doctrina de Stalin.
 
Pero, desde el punto de vista marxista, en modo alguno se puede desechar definitivamente la argumentación trotskista...
 

Nota de CM-L: La presente es una edición ligeramente modificada de la versión en español publicada en old.kaosenlared.net, cotejada con la versión en inglés de marxists.org, que lleva por título “Trotsky on Stalin”. Las citas de Trotsky han sido actualizadas a partir de la edición en español de “Mi vida”, también publicada en marxists.org
 
 
Descargar el texto completo de El 'Stalin' de Trotsky de Isaac Deutscher(1948) 

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[1] Pro captu lectoris habent sua fata libelli: Según la capacidad del lector, los libros tiene su destino

viernes, 14 de febrero de 2014

El mito de "Trotsky, líder de la revolución de 1905"


En sus obras escritas después de la revolución de Octubre, el historiador Trotsky centró todos sus esfuerzos en presentar al político Trotsky como el líder de las revoluciones rusas de 1905 y 1917. Con ese objetivo, hizo todo lo posible por distorsionar y minimizar el papel del Partido bolchevique en esas revoluciones. Aunque aparentemente Trotsky presenta a Lenin en términos favorables, lo cierto es que lo reduce al papel de un simple icono, lo divorcia del partido que creo y dirigió, y lo ubica como un telón de fondo de acciones revolucionarias que ocurrían sin la influencia directa de las concepciones leninistas, sin el impacto de su reconocido liderazgo y sin la fuerza de su actividad revolucionaria. Trotsky es el único líder ruso en el que se percibe una clara conciencia de la posteridad y una evidente intención de quedar de la mejor manera en las páginas de la historia. No es casual que se preocupara en escribir la historia de la revolución rusa, que en realidad nos presenta a Trotsky como el verdadero líder de las revoluciones. Ha logrado en parte su objetivo: la historiografía burguesa predominante ha aceptado como verdadera su versión particular de la historia de la revolución rusa. Sin embargo, los hechos y las evidencias son tozudos, contradicen y desmienten a Trotsky. En oportunidades anteriores, hemos publicado algunos artículos que desde la cantera del trotskismo cuestionan la veracidad de los cuentos de Trotsky, reconocen sus intenciones antibolcheviques, su subjetivismo y ponen en evidencia su concepción idealista de la historia. A continuación presentamos el ensayo del historiador burgués británico Ian D. Thatcher que cuestiona el mito de Trotsky como líder de la revolución rusa de 1905. Contrastando la versión de la autobiografía de Trotsky (“Mi vida” de 1941) con algunos escritos contemporáneos de 1905 del propio Trotsky y de otros autores, Thatcher va erosionando la “historia” trotskista de la revolución de 1905. No es muy profundo, no analiza el pensamiento de Trotsky en aquella época, se limita a algunos eventos históricos. Es apenas un breve ensayo que sin mucho esfuerzo puede ser ampliado y complementado para desmitificar el papel exagerado que el propio Trotsky se atribuyó en esa revolución. Cabe señalar, por otro lado, que como producto de los acontecimientos de 1905, al año siguiente Trotsky publicó su obra seminal “Resultados y perspectivas”, donde delineó las bases de su teoría antimarxista de la revolución permanente. Lo notable, sin embargo, es que el “líder” de la revolución de 1905, nunca menciona ni atribuye en esa obra un papel de importancia al Soviet de Diputados Obreros, órgano que supuestamente él dirigía. Esto sólo demuestra que, a pesar de lo que escribió mucho después, en esos momentos de efervescencia revolucionaria, Trotsky no consideraba a los Soviets como órganos de poder (Lenin fue el único líder revolucionario que sacó las conclusiones acertadas de la experiencia de la revolución de 1905, y lo hizo el mismo año de la revolución).
 
 


León Trotsky y 1905
El imprevisible pasado
Ian D. Thatcher
(2005)
 
 
1905 no sólo fue un año trascendental para la Rusia Imperial en sus últimos años, también fue un momento decisivo en la vida de León Trotsky. Fue precisamente en 1905 cuando Trotsky, según su propia declaración, formuló por primera vez la teoría de la revolución permanente, una doctrina que estaría asociada con él hasta después de su muerte. Si esto no fuera suficiente, 1905 también fue un evento notable en la vida de Trotsky por otros motivos. Le dio la primera oportunidad de participar en una verdadera situación revolucionaria.
 
Trotsky intervino como periodista y orador revolucionario. Se unió al Soviet de Diputados Obreros de San Petersburgo, y brevemente, durante una semana, se convirtió en uno de los tres co-presidentes del Comité Ejecutivo del Soviet. Después fue arrestado, enjuiciado y sentenciado. Durante el juicio de los diputados del Soviet, Trotsky hizo una denuncia característicamente valiente desde el banquillo de los acusados. No aceptó dócilmente la pena de exilio interior que se le impuso, y poco después realizó una exitosa fuga, descrita al estilo de una auténtica aventura propia de un muchacho en el ensayo “De ida y vuelta”. Trotsky emergió de 1905 –aunque sólo sea en sus propios escritos– con una reputación de hombre de acción, como un revolucionario de gran coraje y osadía. Este ensayo se centrará en lo que realmente hizo Trotsky en 1905. En particular, cuestionará la veracidad de las aserciones que hizo sobre sí mismo en su autobiografía de fines de la década de 1920.
 
1905: Trotsky como revolucionario
 
Trotsky regresó a Rusia, del exilio europeo, en febrero de 1905. Primero fue a Kiev y luego, después de varias semanas, a San Petersburgo, el centro y la chispa inicial de la revolución que siguió al Domingo Sangriento. Pronto, Trotsky consideró que San Petersburgo era muy peligroso. Temiendo ser arrestado pasó el verano y comienzos del otoño en Finlandia, regresando a la capital después de que tomara forma el movimiento huelguístico de octubre. Fue durante el breve período que va de mediados de octubre hasta principios de diciembre –cuando fue arrestado–, en el que Trotsky iba a ganar la inestimable experiencia de la revolución, actuando principalmente como orador y periodista revolucionario en el fragor de los acontecimientos.
 
El trabajo periodístico de Trotsky durante 1905 esbozó en términos generales el curso que seguiría la revolución.  En el período anterior a octubre, escribió artículos para la Iskra menchevique, y para órganos internos del partido. En los vertiginosos días de libertad de prensa, de octubre a diciembre, Trotsky fue un asiduo colaborador de varios periódicos socialistas –principalmente del boletín del Soviet (del cual se publicaron diez números)–, del menchevique Nachalo y de Russkaya Gazeta, que Trotsky editó con A. Parvus.
 
Trabajando entre obreros, Trotsky no sólo propagaba el programa y las consignas de la socialdemocracia revolucionaria, también se involucraba más estrechamente con el movimiento huelguístico. En este caso, sus principales esfuerzos fueron desplegados como miembro socialista del Comité Ejecutivo del Soviet de San Petersburgo. Fue en el Soviet donde pudo buscar la experiencia práctica de la revolución y el genuino vínculo con los verdaderos obreros.
 
El Soviet de Diputados Obreros fue creado a mediados de octubre de 1905, a iniciativa del Grupo Petersburgo (menchevique). Promovió la formación de un organismo de diputados obreros elegidos, con un diputado por cada 500 obreros. La tarea principal del Soviet era proveer una organización a los obreros para que coordinaran sus esfuerzos y su acción. El Soviet adquirió cierta importancia, sobre todo en octubre y noviembre, antes de que fuera aplastada con el arresto de sus principales figuras a principios de diciembre de 1905.
 
En su segunda reunión del 14 de octubre, el Soviet eligió como presidente a Georgy Jrustalev-Nosar, diputado del Sindicato de Obreros Gráficos. Jrustalev-Nosar ocupó ese puesto hasta que fue arrestado, el 26 de noviembre. El Comité Ejecutivo fue formado el 17 de octubre, en la cuarta reunión del Soviet. Estaba compuesto de 31 delegados: a los 22 diputados obreros del Soviet, se les sumaron nueve representantes de partidos (tres bolcheviques, tres mencheviques y tres socialista-revolucionarios). Los representantes de los partidos sólo tendrían voz consultiva, en concordancia con la decisión del Soviet de ser un organismo no partidario elegido por los obreros, para los obreros y responsable ante los obreros. Es muy probable que Trotsky fuera incorporado al Comité Ejecutivo como uno de los representantes mencheviques. A pesar de tener sólo voz consultiva, Trotsky trabajó para el Soviet con energía y pasión, pronunciando discursos en sus reuniones y escribiendo numerosas proclamas.
 
La influencia de Trotsky
 
Es difícil estimar el impacto exacto que Trotsky tuvo sobre el curso de la revolución de 1905. Una forma de intentar hacerlo es evaluar el punto de vista más favorable de un Trotsky enérgico y activo. Esto fue hecho nada menos que por el mismo Trotsky. Recordando 1905, en su autobiografía de fines de la década de 1920, Trotsky hace varias aseveraciones sobre sí mismo. En primer lugar, dice que las publicaciones que él editaba eran de lejos más interesantes en contenido y tenían mucha mayor circulación que cualquier publicación rival.
 
Por supuesto, no hay forma de saber cuánta gente fue influenciada por el trabajo periodístico de Trotsky. Es improbable que sus palabras llegaran a muchos campesinos. Simplemente carecía de contactos con las aldeas, y no había distribución masiva de sus proclamas dirigidas al campesinado. Aún en la capital, su principal terreno firme, el impacto que tuvieron sus esfuerzos periodísticos pudo haber sido limitado. Al fin y al cabo, el período en el que la prensa revolucionaria apareció fue muy corto, durando desde mediados de noviembre hasta principios de diciembre. Aparecieron 16 números de Nachalo entre el 13 de noviembre y el 2 de diciembre. Y no fue hasta el 15 de noviembre que la Russkaya Gazeta cayó en las manos de Trotsky y Parvus. La circulación de los periódicos de Trotsky, a lo más 100,000 ejemplares, no era mayor que los 80,000 de sus rivales. Incluso esas cifras tienen que ser analizadas. El número de ejemplares impresos no dice nada acerca del número de ejemplares verdaderamente leídos. La policía incautaba los periódicos sin aviso; por ejemplo: más de la mitad de las 27 ediciones de Novaya Zhizn fue confiscada. Además, dado que los periódicos eran esfuerzos colectivos, no hay forma de saber qué artículos firmados, del total que alcanzaba el dominio público, eran los más preferidos por los lectores. En realidad, a pesar de las diferencias en énfasis y perspectivas, el lector contemporáneo puede haberse sorprendido por la similaridad de puntos de vista en la prensa revolucionaria.
 
La segunda y tal vez la más importante representación de Trotsky en “Mi vida” no es la de un propagandista eficiente sino la de un verdadero líder de la revolución en general y del Soviet de Diputados Obreros en particular. Trotsky se ve a sí mismo por encima de sus camaradas. Dice que los dirigentes mencheviques fueron tomados “desprevenidos” y arrojados “en la confusión” por el curso de los acontecimientos. Afirma también que los bolcheviques fueron marginados por su actitud negativa hacia el Soviet, al que percibían como rival del partido; que Lenin tuvo que erradicar esa actitud cuando llegó en noviembre, pero que el cambio en el pensamiento bolchevique llegaba demasiado tarde para que esa fracción ganara “una posición importante en los acontecimientos de la primera revolución”. En cuanto a sí mismo, Trotsky dice:
 
“…no había uno solo que me pudiera enseñar nada. Lejos de eso, hube de ocupar yo mismo la tribuna del maestro... En octubre me lancé a la vorágine que, personalmente, representaba para mí la suprema prueba. Había que adoptar las resoluciones a pie firme y bajo el fuego del enemigo. Las resoluciones adoptadas –puedo decirlo– no me costaron el menor trabajo, por lo que tenían de evidentes… Creo que los sucesos ocurridos en 1905 y su desarrollo, demostraron que yo poseía esta intuición revolucionaria… Las faltas que entonces cometí, por grandes que fuesen –las hubo muy notables– se refirieron siempre a cuestiones de táctica y de organización, nunca a puntos fundamentales de carácter estratégico.”
 
En este retrato, Trotsky aparece como el líder natural del Soviet de Diputados Obreros. Su presidente Jrustalev-Nosar es desechado como una “figura intermedia entre Gapon, el pope, y la socialdemocracia”. El único personaje al que Trotsky le permite tener alguna influencia sobre las decisiones del Soviet es Lenin. Pero incluso Lenin, ausente en las reuniones según el relato de Trotsky, tenía que aparecer a través de intermediarios. Es claro, dice Trotsky, que “todos los acuerdos tomados por el Soviet, si se exceptúan acaso unos pocos, de carácter secundario, fueron formulados y propuestos por mí, primero en el Comité Ejecutivo, y luego, en nombre de éste, ante el Soviet”. De hecho, dada su convicción de que los obreros respaldaban al Soviet “hasta el último hombre”, basado quizás en su capacidad de ver el impacto de los acontecimientos “en las mentes de los obreros”, ahora y en el futuro, se podría decir que Trotsky fue el principal protagonista de 1905. Él era la revolución y la revolución era él.
 
Sin embargo, hay evidencia que sugiere que el papel de Trotsky fue bastante menor y que nunca gozó de la influencia que él dice –en “Mi vida”– que tuvo. Las notas editoriales de sus obras completas, publicadas en la primera mitad de la década de 1920, dicen que Trotsky tuvo una influencia particular solamente sobre dos de las muchas resoluciones del Soviet. Varias memorias recuerdan que el Soviet ponía atención a su independencia, que no deseaba que los políticos hablaran en lugar de los obreros. Fue precisamente por esta razón que a los políticos se les dio sólo voz consultiva. El Soviet cuidaba su independencia no sólo de los políticos sino también de su propio Comité Ejecutivo, en el que igualmente predominaban los obreros. El Comité Ejecutivo no podía emitir resoluciones en nombre del Soviet, sino que tenía que someterlas al Soviet para su aprobación. Los obreros eran bastante capaces de elaborar sus propias demandas y resolver sus propios dilemas. Era frecuente que las iniciativas las tomaran las fábricas y los sindicatos locales; el Soviet reaccionaba después ofreciendo su apoyo.
 
En un escrito de 1906, Trotsky presentó un relato bastante modesto, y probablemente más exacto, del papel de los políticos en el Soviet:
 
“En todas las cuestiones importantes –las huelgas, la lucha por la jornada de 8 horas, el armamento de los obreros– la iniciativa no venía del Soviet, sino de las fábricas más avanzadas. Reuniones de electores obreros pasaban resoluciones que después los diputados llevaban al Soviet. De esta forma, la organización del Soviet era, de hecho y formalmente, una organización de la abrumadora mayoría de los obreros de San Petersburgo… Los representantes de partidos no gozaban de voto decisivo ni en el Soviet ni en el Comité Ejecutivo; ellos participaban en los debates pero no en la votación. El Soviet estaba organizado según el principio de representación obrera de acuerdo a la fábrica y al oficio, no de acuerdo a grupos partidarios. Los representantes de los partidos podían servir al Soviet con su conocimiento y experiencia políticos, pero no tenían el voto decisivo que rompiera el principio de auto-representación obrera”.
 
En su autobiografía, Trotsky también menosprecia el papel desempeñado por otros políticos. No se puede negar que Trotsky era un político prominente, uno de los nueve en el Comité Ejecutivo. Sin embargo, es injusto presentar a los otros miembros del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR) como marginados por su actitud hacia el Soviet (bolcheviques) o simplemente confundidos (mencheviques). De hecho, en una carta de 1922 dirigida al Instituto de la Historia del Partido, Trotsky decía que la actividad conjunta de todas las fracciones en el Soviet generó un verdadero espíritu de unidad. En este contexto, Trotsky revela que las resoluciones producidas al calor del momento y presentadas al Comité Ejecutivo fueron elaboradas de antemano por un grupo de prominentes bolcheviques y mencheviques. Las resoluciones que posteriormente reclamó como suyas, realmente pudieron haber sido colectivamente elaboradas.
 
Incluso en su autobiografía, Trotsky admite que fueron los mencheviques, y no él, los primeros en tener la idea de formar un Soviet. Sí, –nos dice– fue una competencia cerrada.  A Trotsky le despojaron el honor de ser el fundador del Soviet sólo por un pelo. Él había ido a la capital con la intención de formar un Soviet, pero se encontró con que ya existía uno. Obviamente, los mencheviques estaban lejos de estar “confundidos”. Este parece ser el único caso en el que Trotsky admite que desarrolló una idea simultánea e independientemente con otro, fuera de Lenin. Pero, reiteramos, en el Soviet trabajó como parte de un equipo. Y fue así que, después del arresto del primer presidente, a Trotsky se le eligió co-presidente junto a otros dos representantes. Esta disposición duró sólo siete días, y se adoptó cuando la influencia del Soviet estaba declinando. En esa semana hubo dos reuniones del Comité Ejecutivo, pero ninguno del pleno del Soviet. En la segunda reunión del Comité Ejecutivo, Trotsky, junto con los demás, fue arrestado como miembro, y no como líder, del Soviet.
 
Si el Soviet tuvo un rostro público en 1905 ese fue el de Jrustalev-Nosar. En las memorias del conde Witte, el Primer Ministro en aquella época, no hay una mención de Trotsky. A Witte sólo se le viene a la memoria Jrustalev-Nosar como el líder elegido del Soviet. Posiblemente el nombre de Jrustalev-Nosar quedó en la memoria de Witte debido a las dos reuniones que tuvo con una delegación encabezada por este hombre. La memoria de Witte pudo haberse alterado, por supuesto, de haber vivido lo suficiente para escribir sus memorias después de la revolución bolchevique de 1917, en lugar de terminarlas en 1912. Esto, sin embargo, sólo confirma el limitado impacto que Trotsky tuvo sobre la conciencia popular en aquella época. Después del arresto de Jrustalev-Nosar, a fines de noviembre, las fábricas emitieron abundantes resoluciones exigiendo su liberación. Es injusto que Trotsky, mucho después, minimizara el papel del primer presidente del Soviet. En 1906, Jrustalev-Nosar escribió un extenso y útil ensayo sobre la historia del Soviet. Por su parte, Trotsky, en 1909, todavía se sentía satisfecho al escribir sobre el presidente del Soviet de una forma mucho más equilibrada:
 
“Un hombre de ingenio y habilidad práctica, un presidente capaz y enérgico, aunque un orador mediocre… El que Jrustalev-Nosar no tuviera filiación política facilitaba las relaciones del Soviet con el mundo no proletario y especialmente con las organizaciones de la intelectualidad, de las que recibía considerable ayuda material”.
 
El problema con “Mi vida” es que se escribió después de la disputa pública entre Trotsky y Jrustalev-Nosar en 1913 y después de que Jrustalev-Nosar fuera ejecutado en 1918 por actividades antisoviéticas. Esto simplemente contribuyó a que Trotsky se centrara en el propósito polémico de su autobiografía, en lugar de hacer una evaluación honesta de 1905.
 
Influencias sobre Trotsky

Si bien Trotsky no tuvo un gran impacto sobre 1905 –como él dice, en su autobiografía, que tuvo–, en cambio 1905 sí tuvo un gran impacto sobre él. En 1905 tuvo la oportunidad de ver a los obreros actuando de forma espontánea e independiente. También vio a bolcheviques y mencheviques trabajando juntos bajo la presión de los obreros y de la revolución. Esto pudo haber estimulado sus esperanzas acerca de la unidad del POSDR y pudo haber contribuido a reivindicar su postura no-fraccional. Aunque los obreros no obtuvieron la victoria en 1905 y aunque la unidad del POSDR tuvo corta duración, Trotsky tenía esperanzas para el futuro. 1905 también cimentó la reputación de Trotsky como revolucionario. No obstante las críticas que se le puedan hacer y a pesar de que pudo haberse exagerado el papel que desempeñó en 1905, en adelante Trotsky tenía asegurada una audiencia entre los socialdemócratas, aún si no tuviera la suficiente capacidad para ser un líder general reconocido. Ciertamente, él emergió de 1905 con una identidad propia y con una probada capacidad para una acción independiente.
 
 
Conclusión
 
Es tentador evaluar 1905, debido al precedente que sentó para el futuro, especialmente para la revolución de 1917. Esto es precisamente lo que Trotsky intentó hacer en su autobiografía. Ahí, 1905 es presentado como el ensayo general para 1917. Según Trotsky, en muchos aspectos, 1917 iba a repetir 1905. La confusión y el fracaso de los mencheviques, la vacilación de los bolcheviques sin Lenin, por último que sólo Lenin y Trotsky fueron capaces de un verdadero y resuelto liderazgo revolucionario: estos son los hechos que, según él, se hicieron evidentes desde la primera revolución rusa. Puede ser cierto que en 1917 Trotsky recordara la experiencia de 1905. Pudo haber sentido que se encontraba en terreno conocido, que tuviera esa sensación de “aquí vamos de nuevo”, que confiara en que la tarea de la toma del poder haría insignificante las discrepancias. Tales pensamientos pueden haberle ayudado a unirse a los bolcheviques, con los que hasta muy poco antes había tenido una larga y amarga polémica.
 
Pero nada de esto era evidente en 1905. De la lectura de las fuentes producidas en esa época, se concluye que Trotsky trabajó como un socialista revolucionario, en organizaciones sobre las cuales no tenía claro control. Estaba feliz de servir a la causa, e hizo contribuciones valiosas, principalmente como orador y propagandista. Sin embargo, más interesante que el destino de un hombre es ver cómo los objetivos de la revolución fueron impulsados no tanto por los intelectuales socialistas sino por los obreros luchando por sus derechos políticos y económicos. En esta lucha, los obreros desarrollaron su propia agenda y tomaron sus propias decisiones. Ellos protegieron cuidadosamente su independencia. Trotsky pudo haber celebrado el radicalismo de los obreros como una confirmación de la revolución permanente, de que una revolución en Rusia sería dirigida por los obreros y por el socialismo. Sin embargo, en buena cuenta, él parece haber articulado las preocupaciones que eran comunes a los obreros y a los intelectuales de esa época.
 
Los 50 días de la existencia del Soviet coincidieron con la presencia de Trotsky en San Petersburgo. Él no fundó ni dirigió el Soviet, pero hizo lo que pudo. Sería un flaco servicio a los obreros y al Soviet sobreestimar el papel de Trotsky, así como sería injusto borrar a Trotsky de la historia de 1905.
 
Fuente: Ian D. Thatcher, “Leon Trotsky and 1905”, History Review, septiembre de 2005, págs. 21-25.
 
Traducido para “Crítica Marxista-Leninista” por Gabriel Lara Blásquez.
 
Descargar el texto completo de León Trotsk y 1905 de Ian D. Thatcher (2005) 
 
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jueves, 6 de febrero de 2014

La filosofía de Marx y el desarrollo de la ciencia y de la revolución técnico-científica en nuestra época


 
LA FILOSOFÍA DE MARX Y EL DESARROLLO
DE LA CIENCIA Y DE LA REVOLUCIÓN TÉCNICO-CIENTÍFICA EN NUESTRA ÉPOCA
por Kristaq Angjeli
(1984)

Carlos Marx fue un gran científico. Realizó descubrimientos originales en cada terreno de la ciencia que estudió. Pero el giro más grande y la revolución más profunda que llevó a cabo con la creación de la nueva filosofía del proletariado no admite comparación con ningún otro descubrimiento en toda la historia del pensamiento humano y de la ciencia.
 
Marx valoraba altamente la ciencia como una fuerza revolucionaria porque ha servido siempre a la humanidad para aumentar su poder sobre la naturaleza, como aguda arma en la lucha contra la ideología de las clases reaccionarias de la sociedad, en duro enfrentamiento con el misticismo y el idealismo defendidos por ellas. La verdad descubierta por la ciencia ha servido de sólida base para el surgimiento y la consolidación del materialismo. Es conocido el hecho de la lucha que hubo de librar la ciencia contra el misticismo religioso de la Edad Media, el violento choque entre las conclusiones materialistas que se desprenden de los descubrimientos científicos actuales y el idealismo filosófico como concepción del mundo de las clases reaccionarias, que medra como un parásito en el cuerpo sano del saber humano. Los conocimientos científicos siempre han servido a la emancipación de las energías de las masas y de las fuerzas revolucionarias de la sociedad, les han abierto perspectivas, han suscitado confianza en el futuro.
 
A mediados del siglo pasado [siglo XIX] las condiciones históricas plantearon ante el pensamiento teórico científico la tarea de concebir el mundo en su totalidad según su contenido real, y que la imagen adecuada del mundo inspirara al proletariado, la clase más revolucionaria de la historia, en la heroica lucha por la verdadera y completa emancipación de la sociedad. Carlos Marx, al descubrir esta ley, llegó a la conclusión de que «El cerebro de esta emancipación es la filosofía; el proletariado, su corazón».
 
1. CARLOS MARX SOBRE LA ACCIÓN RECÍPROCA DIALÉCTICA
ENTRE LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA
 
Marx y Engels probaron que en el proceso de desarrollo las ciencias concretas se apoyan en una concepción ideológica determinada. «Que digan lo que quieran los científicos, escribe Engels, sobre ellos impera la filosofía...»(1). Desde estas posiciones criticaron las pretensiones absurdas de la filosofía positivista sobre la «independencia absoluta» de las ciencias concretas respecto a la filosofía y de que «toda ciencia es de suyo filosofía». Superaron el positivismo, tal como habían superado también el otro extremo —la llamada «filosofía de la naturaleza», que consideraba a la filosofía «la ciencia de las ciencias».
 
No era la curiosidad lo que movía a Marx a seguir cuidadosamente y paso a paso los éxitos en el terreno de las ciencias naturales. Este interés suyo enlazaba con una cuestión de gran importancia — con la transformación de la filosofía en una verdadera ciencia. Para ello era preciso superar asimismo las limitaciones de la filosofía hasta entonces y en primer lugar criticar el idealismo que, según las palabras de Marx, reduce el mundo a una categoría lógica abstracta, que busca la esencia de la naturaleza fuera de la naturaleza, la esencia del hombre fuera del hombre, que busca el objeto de la filosofía allí donde no está, fuera del mundo real. Era preciso superar el método dialéctico idealista de Hegel y criticar la metafísica y el mecanicismo del materialismo precedente. «Hasta hoy, escribía Marx en los Anales Franco-Alemanes en 1843, los filósofos tenían en su escritorio la solución a todos los enigmas, y al mundo necio y neófito no le quedaba sino abrir la boca para coger al vuelo los pavos silvestres de la ciencia absoluta». La verdadera filosofía, dice Marx, no puede ni debe ser una ciencia absoluta que pretenda resolver todos los enigmas, sino que debe ser una ciencia entre las demás ciencias.
 
Marx y Engels han considerado el desarrollo de las ciencias, así como los grandes descubrimientos científicos, como una de las fuerzas motrices que hacen avanzar el pensamiento filosófico materialista, que impulsan este pensamiento a elevarse hacia una forma superior y más consecuente, hacia el materialismo dialéctico.
 
Apoyándose en los nuevos descubrimientos de las ciencias naturales, Marx y Engels abordaron la materia, el movimiento, el espacio, el tiempo y muchos otros problemas, desde el punto de vista materialista dialéctico y supieron elevarse por encima de las inevitables limitaciones de los conocimientos científicos naturales de la época. Es un hecho incontestable que, no sólo en la época en que vivieron los clásicos, sino también más tarde y hasta en nuestros días, el desarrollo de las ciencias naturales constituye otro testimonio vivo que confirma de manera brillante los puntos de vista materialista-dialécticos de Marx y de Engels acerca del mundo. Conclusiones de la filosofía marxista como las referidas a la infinitud, en amplitud y profundidad, del átomo y de la materia en general, a la concepción de la infinitud como un proceso que entraña saltos cualitativos, al movimiento como forma de existencia de la materia, hallan hoy su confirmación en el desarrollo de las ciencias naturales modernas. Las actuales ciencias naturales prueban una vez más el carácter universal de la ley de los contrarios, de la ley de la transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos y viceversa, de la ley de la negación de la negación, de las categorías de la dialéctica materialista, de los principios fundamentales de la teoría del conocimiento, etc., elaborados por Marx y Engels. El referido desarrollo de las ciencias ha demostrado que éstas siguen siempre un camino dialéctico materialista. Por eso «con el desarrollo y el progreso de las ciencias, ha dicho el camarada Enver Hoxha, esclarecemos el materialismo y la dialéctica». (2)
 
El gran mérito de los fundadores de nuestra filosofía es haber argumentado teóricamente la unidad de esta filosofía con las ciencias naturales y haber realizado esta unidad en su actividad científica. Partiendo de los principios generales del materialismo dialéctico, ofrecieron una síntesis filosófica de los logros de las ciencias naturales con el fin de que se elaborara un cuadro dialéctico materialista del mundo y se descubriera la dialéctica de la naturaleza. Engels consagró en sus obras una particular atención a la síntesis filosófica de los logros de la física, la química, la biología y otras ciencias naturales. Marx demostró en particular un gran interés por los problemas filosóficos de las matemáticas, sin mencionar aquí aquel interés que mostraba por generalizar, sintetizar y extraer conclusiones científicas del desarrollo de la vida política, económica y social. Por esta razón, resalta el camarada Enver Hoxha «... la obra de Marx es el súmmum de la ciencia, es la quintaesencia de la ciencia, constituye la profunda elaboración del pensamiento y la actividad humanos a lo largo de los siglos...». (3)
 
Marx y Engels, a la luz de la dialéctica materialista, analizaron el desarrollo alcanzado hasta entonces por las ciencias naturales y generalizaron e interpretaron correctamente los resultados que éstas aportaban. En esta dirección, es conocida, la clasificación que se dio a las principales formas del movimiento y, de acuerdo con ella, la clasificación de las ciencias naturales, la definición en líneas generales, sobre la base de la metodología marxista, del camino correcto de desarrollo de estas ciencias. No menos importante eran el tratamiento y la solución por parte da Marx y Engels de una serie de problemas concretos en el campo de estas ciencias, que las limitaciones de la concepción del mundo de la época habían introducido en un atolladero, como por ejemplo el problema de las dos masas del movimiento mecánico, la esencia de la electricidad, la esencia de la vida, la concepción del trabajo, etc.
 
Los grandes clásicos aportaron su contribución al desarrollo de las ciencias naturales incluso rompiendo las «cadenas» de las interpretaciones idealistas de los descubrimientos en el terreno de estas mismas ciencias. De este modo, desenmascararon con argumentos científicos conclusiones abiertamente fideístas, como por ejemplo la llamada «teoría de la muerte térmica del Universo», o la de la supuesta existencia del «mundo de los espíritus en la cuarta dimensión», el «idealismo fisiológico», el «darwinismo social», que hacía extensivas a la sociedad humana las leyes que operan en el mundo animal. Demostraron que el materialismo mecanicista dejaba abiertas grietas de tales dimensiones, que podían penetrar fácilmente por ellas las ideas idealistas reaccionarias.
 
En su obra, Marx y Engels dieron una respuesta categórica a todos los que intentaban «apoyarse» en las ciencias naturales con el fin de «echar por tierra el materialismo dialéctico». Al respecto demostraron que las ciencias naturales no sólo no negaban el materialismo dialéctico, sino por contrario lo confirmaban plenamente. Para mayor abundamiento, demostraron que los resultados, de las ciencias naturales sólo podían ser correctamente comprendidos y generalizados teóricamente sobre la base de la dialéctica materialista. Argumentaron que todos los esfuerzos que se hacían por tender las ciencias naturales en el lecho de Procusto del idealismo y de la metafísica, tenían un determinado contenido de clase. Aplicando el principio del partidismo descubrieron la relación directa existente entre la reacción filosófica en las filas de los naturalistas, y la política y la lucha de clases, mostrando las fuerzas sociales a cuyos intereses sirve no sólo la prédica franca del idealismo y del obscurantismo, sino también el menor abandono del materialismo dialéctico. Al respecto Carlos Marx escribe: «Las clases dominantes están absolutamente interesadas en perpetuar esta insensata confusión. Sí, ¿y por qué si no por ello se paga a los charlatanes sicofantes cuya última carta científica es afirmar que está prohibido razonar?». (4)
 
También en nuestros días es muy necesaria y útil la unidad de la filosofía materialista con las ciencias naturales. La teoría del materialismo dialéctico no puede desarrollarse de manera fructífera sin basarse en los logros de la física, la química, la biología, del mismo modo que los científicos naturalistas no pueden sintetizar correctamente, desde el punto de vista teórico, el proceso y los resultados del impetuoso desarrollo de la ciencia, sin orientarse por la filosofía del materialismo dialéctico. Sin una sólida argumentación filosófica ni las ciencias naturales, ni el materialismo, ha escrito Lenin, pueden afrontar la lucha contra la presión que ejercen las ideas burguesas y la concepción burguesa del mundo. A esta presión se le hace frente con éxito cuando se es partidario consciente de la filosofía creada por Carlos Marx.
 
Mientras la filosofía marxista ha establecido un estrecho nexo con el pensamiento científico, la filosofía burguesa actual ha proclamado su abierta enemistad hacia él. Y no podía suceder de otro modo. La actitud positiva o negativa hacia la ciencia está determinada por la posición respecto a la verdad. La filosofía burguesa actual intenta tergiversar de manera refinada la verdadera comprensión materialista dialéctica del material científico contemporáneo. Muchos filósofos burgueses son incontenibles cuando se trata de corroborar sus puntos de vista apoyándose en el bagaje de las ciencias, no vacilan incluso en «modernizar estos puntos de vista con los nuevos avances de los conocimientos científicos». Hacen grandes esfuerzos por interpretar los nuevos descubrimientos en un espíritu idealista, independientemente de la forma «realista», «naturalista», etc. en que éste se presente. Todas las corrientes propagan intensamente el agnosticismo. Este fantasma arcaico y superado por el tiempo es utilizado contra el saludable desarrollo de las ciencias modernas, pero ello no es sino manifestación del temor y de la desconfianza de esas fuerzas sociales que no divisan perspectiva alguna para sí mismas. El agnosticismo de hoy va mucho más lejos que el de Kant, llega hasta la negación de la existencia del mundo externo, hasta la transformación de las leyes de la ciencia en un cúmulo de ideas voluntaristas. El irracionalismo y el intuicionismo se han lanzado abiertamente al ataque contra las conclusiones materialistas que se desprenden del desarrollo de las ciencias. Atemorizada por el contenido revolucionario de las ciencias de nuestros días, la filosofía burguesa pretende distribuirse las «esferas de influencia» con ellas mediante compromisos neopositivistas, que preconizan la desvinculación entre las ciencias y la filosofía y su abandono en el atolladero, a merced del idealismo. No son pocos los filósofos burgueses que, con el fin de despojar a la ciencia y la filosofía de sus auténticos valores, tratan de transformarlas en mitología y situar ésta en la base de la ciencia y la filosofía. El coro de la filosofía idealista actual chilla desde el abismo en completa discordancia: ¡Que no se tomen en consideración los descubrimientos de las ciencias modernas para la interpretación filosófica del mundo! ¡A la ciencia no le hace falta ningún tipo de filosofía! Sus estrechos aliados, el misticismo y el espiritualismo religioso, «festejan» su identificación con el pensamiento filosófico burgués y arrastran cada vez más a éste al lodazal de la anti-ciencia. En esta situación destaca aún más la revolución filosófica de Marx que, entre otras cosas, garantizó el estrecho enlace de la filosofía materialista dialéctica con el desarrollo de las ciencias naturales y sociales concretas.
 
Carlos Marx ha considerado la ciencia como un arma teórica de conocimiento que precede al desarrollo social. En la obra Contribución a la crítica de la economía política, escribe: «A diferencia de los demás arquitectos, la ciencia... edifica un cierto número de pisos habitables del edificio antes de haber colocado la primera piedra».(5) Del mismo modo que cualquier otra ciencia, la filosofía marxista proporciona numerosos ejemplos de tal precedencia incluso en el campo de las ciencias naturales. Así, se ha transformado ya en realidad la previsión de Marx y Engels de que el futuro desarrollo de las ciencias naturales se concentraría principalmente en la creación y desarrollo de las disciplinas intermedias, como son hoy la cibernética, la biónica, la informática, la biofísica, etc. Asimismo se hizo realidad, ya en los inicios de nuestro siglo, la previsión de Engels acerca del hundimiento de la física en la crisis, en caso de que se continuara pensando de manera metafísica durante la solución de sus problemas. El desarrollo de la física moderna ha probado la idea de los clásicos de que la infinitud de la organización estructural de la materia, del espacio y del tiempo, debe ser interpretada en el espíritu de un proceso cuantitativo gradual que comprende en determinado punto nodal saltos cualitativos, etc.
 
Del mismo modo que el conocimiento y la práctica, el desarrollo de las ciencias es también incontenible. El hombre descubre diariamente los secretos de la naturaleza, sus leyes. Este desarrollo ni ha afectado ni puede afectar y menos aún invalidar las tesis fundamentales del materialismo dialéctico e histórico. Por el contrario, el contenido de éstas se enriquece, se profundiza. Todas las pretensiones de las corrientes filosóficas viejas o nuevas sobre estos problemas en sentido opuesto han caído por tierra. Se trata de engaños con objetivos de clase determinados y la pretensión de abrir las puertas al idealismo y al fideísmo y arrojar barro sobre la filosofía de Marx, que a pesar de todo ello se mantiene siempre joven.
 
En nuestros días, la reacción ha movilizado sus fuerzas más negras y se ha lanzado al ataque frontal contra la ideología científica del proletariado creada por Carlos Marx. Se habla y se escribe profusamente sobre él. En las universidades, colegios, academias y seminarios de los países capitalistas, incluyendo los de la iglesia católica, se estudia y se interpreta su obra. Todo ello tiene como objeto falsificar y tergiversar la filosofía marxista para acomodarla a los intereses de la burguesía. Corrientes en boga como el pragmatismo, el existencialismo, el freudismo, el estructuralismo o el antropologismo intentan desvirtuar la filosofía de Marx y encontrar los medios para fusionar y confundir sus puntos de vista idealistas, irracionalistas, voluntaristas, con la filosofía marxista, con el fin de que ésta «rompa los moldes» y se torne aceptable para ellas. La corriente existencialista considera que la filosofía de Marx está aún en pañales y apenas ha comenzado a desarrollarse. De modo que necesita nutrirse de las ideas existencialistas. Pero previamente, prosiguen los existencialistas, el materialismo histórico debe apartarse y disociarse del materialismo dialéctico, ya que este último, con la aceptación de la realidad objetiva y del determinismo, impide el conocimiento exacto de la realidad social. Para ellos el materialismo histórico sólo adquiere su verdadero valor si se fusiona con la antropología existencialista. Por su parte el neopositivismo considera la filosofía de Carlos Marx como una doctrina «metafísica» que no ha aportado nada nuevo a la ciencia, pues «opera» en realidad a priori, como han actuado los que le antecedieron. Los adeptos del pragmatismo ven hoy en la filosofía de Marx una variante de su filosofía idealista, deformando la concepción de la práctica como unidad del hombre actuante y transformador con la naturaleza, y absolutizando su aspecto subjetivo. Oponen al método dialéctico materialista los métodos de las ciencias específicas y hacen todos los esfuerzos posibles por deshacerse de él como un remanente de la filosofía hegeliana. Los neofreudianos consideran necesario completar y fusionar las concepciones de Freud con las de Marx. Sobre estos mismos pasos caminan los representantes del estructuralismo o del antropologismo, etc. No son escasos tampoco los lacayos titulados de la burguesía, como es el caso de los neotomistas, que tratan la filosofía de Marx como un dogma, como una mitología. En este arsenal de la filosofía burguesa encuentran su alimento ideológico los filósofos de las diversas corrientes revisionistas para revisar el materialismo filosófico de Marx. Entre las corrientes filosóficas revisionistas eurocomunistas o como las califica el camarada Enver Hoxha, revisionistas «sin ambages», está muy en boga el oponer una parte del marxismo al resto, oponer Lenin a Marx, etc. «Rebuscando» en las obras de Marx y utilizando la especulación y la sofistería, pretenden demostrar que el Marx «verdadero», el Marx «humanista» es el de las obras tempranas y no el de las obras donde argumenta la lucha de clases, la misión histórica del proletariado, la necesidad de derrocar el capitalismo e instaurar la dictadura del proletariado. Tampoco son pequeños los esfuerzos por «argumentar» que Marx, toda su doctrina, se apoya en la filosofía de Hegel, que no trascendió los marcos de esta filosofía, sobre todo la idea hegeliana de la enajenación. Convierten a Marx en epígono de Hegel o de Feuerbach con el fin de negar o echar por tierra el viraje que él introdujo en el pensamiento filosófico.
 
En la segunda mitad del siglo XX, la filosofía oficial revisionista soviética se lanzó también a la lucha contra la doctrina de Marx. Los filósofos revisionistas soviéticos, fieles a sus diabólicas tácticas, tratan de encubrir el carácter de este ataque, de presentarlo como algo natural, acorde con el carácter creador de la filosofía marxista-leninista.
 
El objetivo principal del ataque de los revisionistas soviéticos contra el materialismo dialéctico e histórico es negar el carácter universal de sus tesis fundamentales. Inicialmente emprendieron dicho ataque con el objeto de golpear algunas de las tesis generales. Según ellos el desarrollo de las ciencias particulares, sobre todo de las ciencias naturales, plantea la necesidad de cambiar estas tesis, ya «caducas». En realidad, el desarrollo de las ciencias naturales, sobre todo a mediados de nuestro siglo, comenzó a plantear una serie de problemas acuciantes relacionados con el significado de la velocidad, el espacio, el tiempo, la realidad física, etc. Resultaba que los nuevos hechos acumulados no hallaban explicación en el marco de las concepciones científico-naturales existentes sobre la causalidad, el espacio, el tiempo, etc., lo que significaba que éstas últimas habían caducado y debían ser superadas, sustituidas por nuevas concepciones. Sin embargo, el proceso de envejecimiento y sustitución afecta únicamente a las concepciones físicas, matemáticas, etc., es decir científico-naturales, sobre estos problemas y de ningún modo a las correspondientes categorías materialistas dialécticas. Los revisionistas soviéticos, trazando un signo de igualdad entre la concepción filosófica y las concepciones científico-naturales concretas, intentan llevar artificialmente este proceso de «caducidad» al terreno de las categorías filosóficas, con el fin de «argumentar» el rechazo y la revisión de las mismas. Lo que salta inmediatamente a la vista al leer la literatura filosófica revisionista es la forma abierta en que se plantea la necesidad, supuestamente impuesta por el desarrollo de las ciencias modernas y las exigencias de la práctica social, de discutir y poner en tela de juicio algunas de las tesis fundamentales del materialismo dialéctico. La filosofía revisionista soviética tergiversa la recomendación de V. I. Lenin en el sentido de que, para el logro de la alianza entre la filosofía materialista y las ciencias naturales, debe desarrollarse de manera general la dialéctica materialista. Los revisionistas soviéticos se han lanzado con celo incontenible al llamado desarrollo creador de la filosofía. La poderosa arma de la dialéctica descubierta por Marx mediante el estudio de la naturaleza, de la sociedad y en particular de la economía política y del despertar del proletariado  de los pueblos y de su participación en la revolución, ha sido transformada por los revisionistas soviéticos en una teoría estéril, abstracta, especulativa y subjetivista, apartada de la dialéctica objetiva de la realidad natural y social. Entre los filósofos revisionistas soviéticos existen voces que afirman la necesidad de crear, en la base de la «ciencia contemporánea», la dialéctica que Marx y Lenin no pudieron crear plenamente.
 
Los clásicos, según los diferentes filósofos revisionistas soviéticos, no han logrado elaborar una serie de problemas fundamentales de la filosofía materialista dialéctica, que están siendo estudiados por vez primera por la filosofía revisionista soviética actual. Sitúan entre estos problemas las cuestiones relativas a la creación de la teoría general del desarrollo como parte constitutiva más importante y núcleo de la dialéctica, el problema de la elaboración de una completa teoría general del conocimiento del materialismo dialéctico e incluso la cuestión de la construcción de la dialéctica como sistema. Tales afirmaciones están en completa contradicción con la verdad histórica. Es un hecho que la dialéctica de Hegel, pese a su esencia idealista, constituye una síntesis de las categorías y leyes dialécticas, y tanto más la dialéctica de Marx, que representa un viraje y culminación en el pensamiento dialéctico materialista. Esta actitud, cada vez más hostil frente a los problemas de la filosofía de Marx, sin mencionar los demás, deja al descubierto la falsedad del montaje propagandístico que los revisionistas soviéticos han hecho y hacen. Pueden hacer uso, como efectivamente están haciendo, de montañas enteras de papel y de ríos de tinta para demostrar su fidelidad a la doctrina de Marx, pero la diabólica in tención de tan desenfrenada propaganda es convertir a Marx en un objeto de museo, presentar la colosal obra teórica y práctica de este titán como un simple fenómeno histórico ya superado y sin valor actual.

 
2. CARLOS MARX SOBRE EL PAPEL DE LA REVOLUCIÓN
TÉCNICO-CIENTÍFICA EN LA VIDA DE LA SOCIEDAD
 
Marx, siguiendo con atención el desarrollo de las ciencias naturales y técnicas, subrayaba que este desarrollo no puede tener lugar ahora sino en el marco de la revolución técnico-científica. Él concibió este proceso como un fenómeno histórico imprescindible en un determinado estadio de desarrollo de la sociedad. La ciencia siempre ha influido en el desarrollo de la producción y ha estado estrechamente relacionada con él, pero, en el marco de la gran industria, la aplicación de los descubrimientos científicos se transforma en una necesidad. «El principio de la industria mecanizada», señalaba Marx, consistente en «resolver los problemas así planteados por la aplicación de la mecánica, la química, etc., es decir de las ciencias naturales, da el tono en todas las industrias».(6)
 
La gran industria ha introducido hoy en la elaboración tecnológica intensiva un colosal material natural. Esto ha planteado la necesidad de ampliar la esfera de la problemática de la ciencia, ha impuesto el nacimiento de nuevas disciplinas científicas y su entrelazamiento recíproco, el perfeccionamiento de los métodos científicos de conocimiento y el descubrimiento de leyes naturales más profundas. Ello es dictado asimismo por la necesidad de hallar nuevas fuentes energéticas, por la exigencia de reemplazar la fuerza del hombre por la técnica y la automatización. En El Capital Marx expuso asimismo de manera genial los rasgos fundamentales que caracterizan en esencia la revolución técnico-científica. Para Marx, el progreso técnico-científico tiene  las características de una revolución porque no está relacionado con esferas concretas de la producción material, sino que las ha apresado en su torbellino, ya sea a través de su realización, en los más diversos terrenos de la producción, que han venido ampliándose continuamente, ya sea a través de la influencia que se ejercen mutuamente. Las transformaciones que se operan en el marco de este progreso son enteramente revolucionarias. Los viejos métodos de producción, la vieja tecnología, son suprimidos y reemplazados por métodos nuevos y más avanzados. En este marco surgen nuevos conocimientos científicos que representan un desarrollo revolucionario, se opera un avance, un salto cualitativo en la propia ciencia. Gracias al progreso de la industria, ponía de relieve Marx, los instrumentos de trabajo sufren continuas revoluciones, por eso no son sustituidos por su primera forma, sino por una forma revolucionarizada. Este progreso tiene también para Marx el carácter de una revolución en la ciencia y la técnica desde el punto de vista de los ritmos extraordinariamente rápidos en las transformaciones cualitativas que comporta en la producción. Asimismo la participación de las masas en ella confiere al progreso técnico-científico las dimensiones de una verdadera revolución en la ciencia y la técnica.
 
Para Marx y Engels la revolución técnico-científica tiene siempre un profundo contenido filosófico. Es una forma concreta de la estrecha e indivisible relación dialéctica entre la teoría y la práctica, una confirmación más de que la teoría está al servicio de la práctica, la generaliza y la hace consciente, le abre la perspectiva desarrollándose ella misma en amplitud y profundidad sobre la base de las necesidades y las exigencias de la práctica. Engels, manifestando esta unidad dialéctica, decía: «si es cierto que... la técnica depende en parte considerable del estado de la ciencia, aún más depende ésta del estado y las necesidades de la técnica. El hecho de que la sociedad sienta una necesidad técnica, estimula más a la ciencia que diez universidades».(7) Hoy, la gran industria ha revolucionarizado los nexos entre la ciencia y la práctica en el marco de la revolución técnico-científica. Ha ampliado en proporciones inmensas la esfera de aplicación práctica de los descubrimientos científicos y ha potenciado el arsenal de medios técnicos al servicio del conocimiento científico, ha entrelazado la aplicación de los nuevos descubrimientos científicos con el proceso tecnológico de la producción industrial, así como ha reducido el plazo de transformación de un descubrimiento teórico en una aplicación práctica, etc. En estas condiciones, el desarrollo de la ciencia y de la práctica productiva, se realiza sobre la base no sólo de una recíproca acción dialéctica, más amplia y profunda, sino también con ritmos más acelerados. «Así, bajo la influencia de la ciencia y del progreso técnico y científico, nos enseña el camarada Enver Hoxha, crece asimismo el potencial material e intelectual de la sociedad, que, por su parte, imprime un nuevo impulso al desarrollo de la ciencia».(8)
 
Carlos Marx llevó a cabo el análisis científico de la sociedad capitalista. En este marco, llegó a la conclusión de que «...el límite específico de la producción capitalista... no es, ni mucho menos, la forma absoluta del desarrollo de las fuerzas productivas... sino que, lejos de ello, choca al llegar a cierto punto con este desarrollo».(9) Esta conclusión científica, argumentada ampliamente en la genial obra El Capital, conserva de modo permanente valor actual, echando por tierra las prédicas de los ideólogos burgueses y revisionistas que propagan la idea de que el capitalismo y el progreso de la ciencia son «sinónimos». En realidad, en la sociedad burguesa-revisionista la crisis general del capitalismo frena y no puede sino frenar el desarrollo de la ciencia y de la técnica. La existencia de los monopolios, las crisis económicas, la militarización de la vida del país y otras decenas de factores sociales que corroen hoy al mundo del  capital, influyen directamente frenando o desarrollando de manera unilateral y contradictoria la ciencia, la técnica y la tecnología.
 
Marx subrayaba que en la sociedad capitalista la ciencia y la técnica son un producto social enajenado. Enlazaba esto en primer lugar con la enajenación de su contenido y de su misión social. La ciencia y la técnica son factores sociales que crean a la humanidad la posibilidad de acrecentar su dominio sobre la naturaleza y mejorar continuamente su vida. Pero en la sociedad burguesa-revisionista la ciencia y la técnica operan en el marco de las leyes de la sociedad capitalista, por eso se transforman en lo opuesto a su verdadera naturaleza. Sirven a la burguesía para intensificar el grado de explotación capitalista y reprimir a las masas y a los pueblos del mundo. El aumento de la pobreza absoluta y relativa de las masas, el acentuado atraso de su nivel técnico y científico, la transformación del obrero en un esclavo de la máquina, la fabricación de armas modernas de exterminio en masa, el aumento acelerado de la desocupación, etc., son las consecuencias sociales que acompañan a la evolución de la ciencia y de la técnica en el mundo del capital y constituyen manifestaciones concretas de su enajenación.
 
Marx ponía de manifiesto que esta enajenación se expresa asimismo en la separación de la ciencia del obrero productor, que de esta manera, se convierte en «una potencia intelectual en sí». El capital disocia el potencial intelectual de la sociedad de las amplias masas de millones de seres, las cuales juegan el papel decisivo en el desarrollo de la historia. Por eso, en la sociedad capitalista, paralelamente al desarrollo de la ciencia, se polariza también el atraso científico de las masas trabajadoras. La ciencia, ese maravilloso producto humano, es separada y disociada de la mayor parte de las personas y se opone a ellas como un «producto hostil».
 
Hoy resuenan con gran actualidad las palabras de Marx sobre el papel de la ciencia y de la técnica en la sociedad capitalista-revisionista. «Vemos, escribe, que las máquinas, dotadas de la propiedad maravillosa de acortar y hacer más fructífero el trabajo humano, provocan el hambre y el agotamiento del trabajador. Las fuentes de riqueza recién descubiertas se convierten, por arte de un extraño maleficio, en fuentes de privaciones. Los triunfos del arte parecen adquiridos al precio de cualidades morales... Hasta la pura luz de la ciencia parece no poder brillar más que sobre el fondo tenebroso de la ignorancia... Este antagonismo entre la industria moderna y la ciencia, por un lado, y la miseria y la decadencia, por otro, este antagonismo entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de nuestra época es un hecho palpable, abrumador e incontrovertible.»(10) Marx acentuaba que este antagonismo es liquidado únicamente por la revolución proletaria y el socialismo.
 
Carlos Marx argumentó científicamente la necesidad de la revolución socialista. Subrayó que un nuevo y determinado nivel histórico del desarrollo de las fuerzas productivas no conduce por sí mismo a la creación de un nuevo sistema de relaciones de producción, no engendra automáticamente una formación económico-social superior. En este marco, el desarrollo de la ciencia y la técnica influye en el desarrollo de las nuevas fuerzas productivas, pero no puede transformar por sí solo las relaciones capitalistas de producción, a las que están ligados los intereses de las clases explotadoras, defendidos por el Estado burgués-revisionista. Para ello es precisa la revolución proletaria violenta, que destruye la vieja máquina estatal e instaura la dictadura del proletariado. La revolución técnico-científica en la sociedad capitalista ha influido en la elevación del carácter social de la producción y del antagonismo de éste con la forma capitalista de apropiación, ha recrudecido y profundizado la crisis general del imperialismo, ha incrementado la desocupación, ha intensificado la explotación capitalista, influyendo de esta manera en la preparación de los factores objetivos y subjetivos de la revolución proletaria, pero de ningún modo puede sustituir a esta última. Jamás ni en lugar alguno, ha conducido ni puede conducir el desarrollo de la revolución técnico-científica al derrumbe de las relaciones capitalistas de producción, ese desarrollo no ha suprimido la explotación capitalista y los males de la sociedad burguesa, y tanto menos ha atentado contra la dominación política de la burguesía. Considerados a través de este prisma, los inventos de los ideólogos burgueses y revisionistas sobre la supuesta «sustitución» de la revolución proletaria por el progreso técnico-científico, sobre la revolución técnico-científica que habría «superado» los antagonismos de clase de la sociedad capitalista, habría suprimido al proletariado de la escena de la historia y «situado» al frente de ella a la intelectualidad, son enteramente infundadas. Estas teorizaciones, predicadas por una serie de filósofos burgueses y propagadas también por los revisionistas yugoslavos, soviéticos y eurocomunistas, quienes se esfuerzan por presentarlas como «marxistas», no tienen nada en común con la teoría de la revolución social descubierta por Marx. Para el marxismo-leninismo, tal como ha acentuado el camarada Enver Hoxha: «...la revolución técnica y científica y, junto con ella, el desarrollo del tecnocratismo, no salvan ni pueden salvar al capitalismo ni al revisionismo contemporáneo de su desmoronamiento y destrucción inevitables. Ellos (la burguesía y los revisionistas — K. A.) no pueden cambiar las leyes objetivas del desarrollo social y, en primer lugar, la ley de la lucha de clases y de la revolución. La amplia introducción de la ciencia y la técnica en la producción, que los monopolios capitalistas de Occidente y la nueva burguesía de los países revisionistas se han visto obligados a llevar a cabo a causa de la feroz competencia interna y entre Estados y para asegurar el máximo de ganancias, no soluciona en absoluto las contradicciones económicas y de clase... No lo salva de la crisis incurable y cada vez más aniquiladora. Por el contrario, agudiza aún más las contradicciones y la crisis... y, finalmente cuando el factor subjetivo ha llegado a su debido nivel, conduce a la revolución socialista triunfante».(11)
 
El desarrollo de la revolución técnico-científica en la sociedad capitalista no es de ningún modo un desarrollo imparcial y supraclasista. Está dirigido por la burguesía y sirve a la opresión y la explotación del proletariado y las masas trabajadoras. Naturalmente en las condiciones del desarrollo de la revolución técnico-científica, la intelectualidad ha crecido en número, pero en proporciones aún mayores aumenta la clase obrera y la explotación de ésta por los capitalistas. Por eso, esa intelectualidad ni puede sustituir al proletariado en su misión histórica, ni tampoco jugar un nuevo papel histórico. Hay ideólogos burgueses que predican como principal fuerza motriz de la sociedad a un grupo de científicos «humanitarios» que se encargarían de «dirigir» la revolución técnico-científica «en bien de la humanidad». Pero tales puntos de vista son completamente utópicos y reaccionarios porque pasan por alto el hecho de que, en la sociedad burguesa y revisionista, los medios de producción están en manos de los capitalistas, las universidades y el resto de las instituciones científicas están financiadas por los trusts capitalistas y no gozan de ninguna autonomía económica y política respecto a ellos. Aún más, las altas capas de la intelectualidad están estrechamente ligadas a la burguesía, tanto desde el punto de vista material como ideológico.
 
La experiencia de nuestro país muestra lo contrario de las prédicas burgués-revisionistas. Demuestra en la práctica aquello que Marx argumentó teóricamente, que es la revolución socialista la que abre el camino al desarrollo y el progreso incontenible de la ciencia y de la técnica y no al revés. En nuestro país la creación de una gran producción moderna y el desarrollo de la revolución técnico-científica son obra del Partido y del socialismo.
 
En las condiciones de la existencia de nuestra sociedad socialista y de la burguesa-revisionista, la revolución técnico-científica se lleva a cabo al mismo tiempo en dos formaciones económico-sociales diametralmente opuestas y de este modo manifiesta un contenido social de clase enteramente opuesto en cada una de ellas. En este marco el camarada Enver Hoxha, defendiendo y desarrollando aún más las enseñanzas de Marx sobre la revolución técnico-científica, ha señalado que también la revolución técnico-científica, como toda verdadera revolución, «se orienta en primer lugar por la política».(12) El contenido ideológico y político de clase de la revolución técnico-científica que se desarrolla en nuestro país, ha determinado sus rápidos ritmos de desarrollo, el rumbo y la amplitud que ha adquirido ésta. De este modo en nuestro país, la revolución técnico-científica ha influido en el desarrollo de las fuerzas productivas en el sentido de servir a la completa construcción de la sociedad socialista, sobre la base de las propias fuerzas. Su esencia revolucionaria de clase se manifiesta al mismo tiempo en las consecuencias sociales que ha entrañado para nuestro país. Resultado de ello es la creación de una industria moderna, de una agricultura socialista desarrollada, la continua elevación del bienestar de las masas trabajadoras, el perfeccionamiento de las relaciones socialistas de producción y la elevación de la productividad del trabajo, la reducción de las diferencias sociales esenciales, así como la elevación del nivel científico y técnico-profesional de las masas trabajadoras. La ciencia y la técnica son en nuestro país patrimonio de las masas trabajadoras y están íntegramente a su servicio.
 
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Notas 

(1)    F. Engels. Dialéctica de la naturaleza, ed. en albanés, pág. 242, Tirana, 1973.
(2)   Enver Hoxha. Obras Escogidas, t. IV, ed. en español, pág. 373, Tirana, 1983.
(3)   Enver Hoxha. Informes y discursos 1967-1968, ed. en español, pág. 136, Tirana,  1969.
(4)   C. Marx - F. Engels. Obras Escogidas, ed. en albanés, t. II, pág. 497, Tirana, 1975.
(5)   C. Marx. Contribución a la crítica de la economía política, ed. en albanés, pág. 58, Tirana, 1977.
(6)   Carlos Marx. El Capital, ed. en albanés, t. I, libro segundo, pág. 206, Tirana 1976.
(7)   C. Marx - F. Engels. Obras Escogidas, ed. en albanés, t. II, pág. 545, Tirana, 1975.
(8)  Enver Hoxha. Informes y discursos 1980-1981, ed. en albanés, pág. 171.
(9)   Carlos Marx. El Capital, ed. en albanés, t. III, libro primero, pág. 348, Tirana, 1978.
(10)          C. Marx - F. Engels. Obras Escogidas, ed. en albanés, t. I, págs. 371-372, Tirana, 1975.
(11)           Enver Hoxha. Informes y discursos 1969-1970, ed. en albanés, pág. 194, Tirana, 1970.
(12)          Enver Hoxha. Obras Escogidas, ed. en español, t. IV, pág. 347, Tirana, 1983.



KRISTAQ ANGJELI — Prof. Agregado, responsable de la Cátedra de Filosofía en la Universidad de Tirana. 

Publicado en “Albania Hoy”, nº 1 de 1984, págs. 34-41. 

Digitalizado para “Crítica Marxista-Leninista” por Gustavo Bilbao.